Hace mucho tiempo, cuando comenzaba a “hacer” mi carrera, empecé como todos pagando derecho de piso; y lo hice como operador de sistemas,  en mi carrera a diferencia de otras, cuando eres bueno en algo, no te promueven al siguiente nivel; simplemente te conviertes en confiable y de ahí no te mueves; entonces te toca además de ser bueno y confiable; hacer otras cosas, demostrar ambición y proactividad, mostrar eso que uno de mis muchos jefes llamaba “ojo de tigre” que no es otra cosa que las ganas de comerte al mundo, aunque te cueste dormir poco o nada y hacer y resolver todo lo que se te ponga al frente y más; todo  con la esperanza de que te noten, de que alguien se dé cuenta y te den la oportunidad.

En fin me costó mucho llegar a ser programador y en los días más agrios de mi etapa de programador, junto con otro gran programador al que llamaré el Señor Chonny, hicimos MARAVILLAS para una de las empresas que tuvo la suerte de tenernos como trabajadores, yo por convicción no solía buscarle tres pies al gato,  lo que me pedían lo hacía, por qué partamos de la premisa que el “jefe” sabe lo que hace, ¿verdad?, ¿por eso el jefe, no?.

En fin El Señor Chonny,  que suele tener las palabras justas siempre; después de una sesión de programación, por cambios en los requerimientos,  que duro 4 días y noches seguidos y  termino casi al amanecer de un día sábado, me dijo con resignación y  tras  una pitada a su cigarro: – “trabajamos así porque el jefe es un asentador de cabeza, un pobre tipo que no tiene el coraje de defender su proyecto, su trabajo y menos a su gente y que tiene temor de contradecir a sus superiores”- y si pues; el señor tenía la soberana costumbre de aceptar todo lo que le pidieran y jamás, de los jamases, diría que en este momento no se puede, que la semana pasada le hicimos al proyecto todo lo contrario,  no hay gente, no hay tiempo, no hay recursos, no hay equipo.

No. él simplemente asentaría la cabeza a todo lo que le pidieran, no solo encargaría y se aseguraría de arengarnos o amenazarnos antes de irse a su casa a dormir; sin importar si estabas enfermo, si era el cumpleaños de tu mamá o Navidad; nada, el ya se habia comprometido y no importaba si tenías que programar en una computadora cuyo uso práctico sería de tranca de puerta y no de estación de trabajo.
Y fue esa madrugada en la que  yo me prometí a mí mismo que si alguna vez llegaba a ser jefe, defendería y entendería a mi equipo, yo no  pelaría los dientes y asentaría la cabeza a nadis como esos muñecos de taxi.

Entendí  que la lealtad dentro de  un equipo de trabajo tiene que empezar de arriba hacia abajo y no al revés; que si tuviera que discutir con mi jefe por ellos, lo  haría;  que cuando le pida un esfuerzo extra a mi equipo, sería porque yo como jefe ya les había dado todo lo que  debía, si les pedía quedarse, me quedaría con ellos, si les exigía también los recompensaría, que no los obligaría a hacer algo que yo no pudiera hacer; que los reconocimientos que el grupo obtuviera le llegarían a ellos, y no me los quedaría yo; porque son ellos los que hacen y consiguen, los jefes ¡NO!.

Todo eso lo aprendí pagando derecho de piso, recorriendo el camino y tuve la convicción de no olvidarlo a pesar de los años y los elogios; creo que la vida y mi trabajo me dio la oportunidad de cumplir lo prometido. Decidí y me obligué a formar buenos grupos de trabajo y buenos profesionales, ¿los proyectos? Salieron solos y siempre salieron buenos porque la gente lo hacía con convicción, con comodidad, porque sabían que si fallaban yo los respaldaría y si acertaban todos lo sabrían.

Esa es la historia del asentador de cabeza, cualquier parecido con alguna realidad, es una verdadera lástima.

Para ti  Moisés, donde quiera que te encuentres. Si es lejos mejor.